Alfonso Gómez Méndez, exfiscal general y exministro de Justicia, decidió revelar uno de los capítulos más dolorosos y privados de su vida: la tragedia de su hijo mayor, Alfonso Gómez Lugo, quien falleció en 2022 tras luchar durante dos décadas con problemas de adicción y verse involucrado en turbias relaciones con el expolicía Manuel Castañeda, conocido como el “narcochofer”, involucrado recientemente una red de corrupción en la UNP y en el caso de la fuga del narcotraficante alias ‘Matamba’
En los últimos 20 años de su vida, mi hijo lidió con un complejo problema de adicción que lo llevó a tomar decisiones cuestionables desde el punto de vista ético.
Cualquiera que haya padecido en su familia los efectos de esa enfermedad, entenderá bien las consecuencias que se derivan de ella. Es una situación dolorosa para el que la padece pero también para su familia. Como papá, hice todo lo que estuvo en mis manos para que mi hijo se recuperara. Recorrí el mundo ensayando nuevos tratamientos de rehabilitación, pasé incontables noches en vela y, debo reconocerlo, tuve que solucionar muchas veces los problemas de plata en los que se metía. La situación de mi hijo fue, y sigue siendo, el dolor más grande que he cargado en la vida.
Como es natural, yo estaba dispuesto a entregar lo que fuera necesario y a hacer lo que me tocara para salvar a mi hijo de sí mismo. No lo logré. Hoy tengo conocimiento de que un grupo de personas, algunas de las cuales les he dictado orden de captura por sus vínculos con la mafia, están recorriendo las salas de redacción de los medios para filtrar una noticia tergiversada y para vengarse de mí usando la enfermedad y el proceder a todas luces equivocado de mi hijo Alfonso. He decidido adelantarme y contárselos yo mismo.
Cuando asumí el cargo de ministro de Justicia en el primer gobierno del presidente Santos, el Estado dispuso un esquema de seguridad para mí y para mis hijos. A Alfonso le asignaron para su protección a un policía llamado Manuel Castañeda, ahora conocido por todos como el narcochofer. La relación entre ambos empezó a florecer porque Castañeda, quien sin mencionarlo habló de mi hijo en una extensa entrevista que le dio a Cecilia Orozco, era quien le ayudaba a Alfonso a conseguir su dosis personal.
Castañeda se retiró de la Policía y, por lo tanto, no fue más escolta de mi hijo. Pero siguieron en contacto. En marzo de 2021 Castañeda buscó a Alfonso para plantearle un negocio turbio. Le ofrecieron 60 millones de pesos para que garantizara la permanencia en la Procuraduría del procurador provincial de Villavicencio, Nelson Rodríguez Balaguera. Asumo que su estadía en ese puesto era vital para tapar los procesos de aquellos interesados que pusieron la plata.
Alfonso logró engañar a sus interlocutores argumentando que era hijo mío y hermano de Rosita Gómez Lugo, su hermana menor quien trabaja en la Procuraduría. Para él era fácil vender la ilusión de que hablando conmigo y con mi hija podía lograr lo que quisiera en esa entidad. Eso, por supuesto, no ocurrió.
Luego, en septiembre de 2021, la procuradora Margarita Cabello sacó de su cargo al funcionario en cuestión. Fue entonces cuando quedó claro que mi hijo había engañado a Castañeda y a las personas para las cuales él sirvió de intermediario. Ellos empezaron a buscarlo para reclamarle por la plata. Como Alfonso no les respondía, buscaron a mi hija Rosita y, por medio de ella, me buscaron a mí. Fue entonces cuando ambos nos enteramos de la situación.
Increpamos a Alfonso y él no tuvo otra alternativa que confesarnos lo que había hecho. Nos dijo también que se trataba de gente peligrosa que podía asesinarlo si no cumplía.
Hice, creo yo, lo que cualquier padre hubiera hecho. Conseguí la plata de la deuda de Alfonso y me encargué de que le llegara a Manuel Castañeda, consignándola a su cuenta personal a través de un abogado amigo de mi hijo. Prefería, por supuesto, pagar una extorsión de 60 millones de pesos que poner en riesgo su vida. Por más que se equivoquen una y otra vez, la labor de un padre es estar al lado de sus hijos hasta el final.
Esta es una verdad dolorosa que no había compartido con nadie. En tantos años de ejercicio público me he cuidado para proceder con los valores que me inculcó mi padre. Así lo he hecho y, a mis 75 años, tengo la tranquilidad de decir que mi recorrido no tiene tacha. No quiero terminar sin condenar el hecho lamentable de que mis detractores echen mano del arma innoble y baja de utilizar a mi hijo muerto para pretender mancillar mi nombre y el de mi familia»