
Una nueva oleada de violencia sacude a Colombia en las últimas horas, luego de una serie de ataques y bloqueos perpetrados por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que ha desplegado una ofensiva coordinada en varias regiones del país, sembrando miedo, paralizando corredores estratégicos.
Desde la costa pacífica hasta la frontera oriental, el grupo guerrillero ha dejado una estela de zozobra. La situación más crítica se vive en la vía que conecta a Cali con Buenaventura, donde el paso sigue bloqueado a la altura de Loboguerrero, un punto clave para el comercio exterior colombiano. Tractocamiones incinerados, un contenedor atravesado en la carretera y cilindros pintados con símbolos del ELN dan cuenta de una acción premeditada que ha puesto en jaque a transportadores, comerciantes y a las autoridades.
Aunque la Policía y equipos de la concesión vial trabajan para despejar la vía, la presencia de posibles explosivos ha obligado incluso al retiro preventivo del cuerpo de bomberos del distrito de Buenaventura.
El terror también se sintió en el Guaviare. En el casco urbano del municipio de Calamar, una motocicleta bomba estalló cerca del parque principal, dejando cinco soldados heridos —miembros de la Brigada 22 del Ejército Nacional— y lesionando a dos civiles. La explosión afectó varios locales comerciales y se produjo a escasa distancia del lugar donde recientemente fue hallada una fosa común con líderes religiosos y sociales desaparecidos desde abril.
Horas después, en esa misma zona, un dron lanzó una granada contra tropas desplegadas cerca del Batallón de Infantería de Selva. Aunque el artefacto detonó, no causó víctimas ni daños significativos. Sin embargo, el uso de drones con explosivos revela un preocupante escalamiento en la capacidad ofensiva de los grupos armados ilegales.
En el oriente del país, la situación no es menos alarmante. En Arauca, el ELN atacó el oleoducto Bicentenario en zona rural de Tame, afectando directamente la infraestructura energética nacional. En Saravena, un francotirador disparó contra un patrullero de la Policía, mientras que en Puerto Rondón las autoridades investigan una valla propagandística del ELN, que podría contener explosivos.
A la par, en la zona rural de Cúcuta, en el corregimiento de Buena Esperanza, guerrilleros instalaron banderas del grupo insurgente y generaron la suspensión total de movilidad ante posibles amenazas. La situación mantiene en vilo a las comunidades rurales, temerosas de que se repitan los hechos violentos del pasado.
Ante esta oleada de acciones armadas, el país se encuentra en máxima alerta. Las Fuerzas Militares han redoblado su presencia en los puntos más afectados, y en varias regiones se intensifican las operaciones para prevenir nuevos atentados.
Estos hechos ocurren en medio de una paradójica coyuntura: mientras el gobierno nacional insiste en mantener abierto el canal de diálogo con el ELN como parte del proceso de paz, la guerrilla parece aplicar una estrategia de doble vía, combinando el discurso político con una campaña militar