[Opinión] Presidente Petro sin visa ¿Qué consecuencias tendrá? Representante Carlos Edward Osorio

Petro un presidente incendiario, descertificado y sin visa. Cuando aún nuestro País no ha superado el duro golpe que supone la descertificación, el pirómano Presidente de los Colombianos que juega a la guerra ajena mientras pierde la suya, ha sido notificado de la cancelación de su visa.


Y es que Petro quien no tiene límites y cada vez se supera así mismo, no solo acudió a Naciones Unidas a pedir que judicialicen a Trump por su postura en el conflicto entre Israel y Palestina, sino que el pasado viernes 26 de septiembre, decidió salir a las calles neoyorquinas, a promover la insubordinación de los marines estadounidenses.

Lo que ocurrió en Nueva York pasará a la historia como uno de los episodios más bochornosos de la diplomacia colombiana. El presidente Petro, lejos de actuar como jefe de Estado y representante de los intereses de más de 50 millones de colombianos, optó por revivir sus fantasmas de juventud y hablar como un agitador de barricada. Frente a una protesta en apoyo a la causa palestina, y en un contexto ya de por sí inflamable, se atrevió a llamar a los soldados de Estados Unidos a la desobediencia militar, sí como lo escuchan, a la desobediencia militar, al tiempo que abrió la puerta para enlistar voluntarios colombianos en una “guerra de liberación” en Oriente Medio.

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Con estas palabras, Gustavo Petro acostumbrado a pasarse por la faja los marcos normativos, no solo traspasó una línea roja, sino que creyó que podría impunemente irse al suelo americano a insultar al Presidente Trump, lo cual constituye una grave afrenta para los ciudadanos americanos, con independencia de que sean demócratas o republicanos, quienes se toman muy en serio este tipo de afrentas, y las sancionan con rigor. Ni el propio Nicolás Maduro se había atrevido a tanto, pues en el caso del dictador vecino, los improperios propinados los ha generado desde su propia casa, desde Venezuela, y no desde la patria del insultado.

Las declaraciones de Petro no pueden calificarse como un exceso retórico menor, ni como un desliz pasional en medio de un discurso. Estamos hablando de un presidente que públicamente incita a la insubordinación de las fuerzas armadas de un país aliado, en su propio territorio, lo que tendrá consecuencias más temprano que tarde en el ámbito penal de los Estados Unidos, a diferencia de lo que ocurre aquí en Colombia.

Y mientras Petro coquetea con la idea de enviar nacionales a un conflicto externo, en un rapto de nostalgia guerrillera, ofreciéndose incluso el mismo a empuñar un fusil, en realidad no hace otra cosa que apagar el fuego con gasolina y terminar de deteriorar las ya tensas relaciones entre Colombia y los Estados Unidos, creyendo que su retórica y su verborrea irresponsable alejadas de la cordura diplomática, gozarían de inmunidad, cuando en realidad traerán consecuencias concretas.

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La primera llegó pronto: la revocación de su visa estadounidense. Una medida dura, pero proporcional. Al fin de cuentas, cualquier otro ciudadano que hiciera semejante llamado sería detenido en flagrancia y procesado por incitación a la violencia, instigación, conspiración sediciosa o, en el mejor de los casos, deportado de inmediato.

No es claro si la inmunidad diplomática de la que gozan los Presidentes en el foro de Naciones Unidas, se extiende, y lo cubre y también protege para delinquir en las calles de Nueva York.

Ahora bien, más allá de las vicisitudes jurídicas, lo que resulta claro es que en los tiempos modernos, la inmunidad no es impunidad, y no podemos perder de vista que Petro más allá de las prerrogativas y privilegios, no deja de ser un jefe de estado, que desafortunadamente ha traspasado la línea roja, deteriorando quizás de forma irreversible, la relación con el principal socio económico y estratégico de Colombia.

Lo más grave es que sus palabras pueden traer consecuencias que no recaen solo sobre él. Una declaración irresponsable puede convertirse en restricciones migratorias o comerciales que afectan miles, miles de empleos.

Esperamos y es lo deseable, que cualquier sanción o consecuencia, recaiga únicamente sobre Petro y no sobre el país. Sobre los Colombianos.
Pero más allá de estas desafortunadas vicisitudes, lo que queda en evidencia, es la protuberante incoherencia de Petro. En su propio país, Petro no ha sido capaz de manejar el conflicto interno. Lejos de mermar, este ha empeorado. Hoy, según la Defensoría del Pueblo, los grupos armados ilegales superan los 20.000 combatientes, lo que significa un aumento del 45 % frente al año 2019. Esta expansión territorial ha puesto en jaque los ya frágiles avances en paz y estabilidad. Mientras Petro se distrae en arengas internacionales, en Colombia las comunidades siguen atrapadas en una guerra que no cesa.

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Como jefe supremo de las Fuerzas Militares, Petro debería concentrar sus energías en enfrentar a los grupos armados que asesinan hombres y mujeres colombianos, reclutan niños, desplazan comunidades enteras y dejan a mujeres embarazadas también en la lista de víctimas mortales. La violencia no da tregua, y en lugar de mostrar liderazgo interno, Petro prefiere posar como libertador en escenarios internacionales.

Colombia merece un presidente que entienda el peso de la palabra, que use la diplomacia como herramienta de construcción, y no de destrucción. Un presidente que defienda la democracia, el empleo, las relaciones internacionales y la dignidad nacional, no que nos condene a la vergüenza internacional con discursos incendiarios y delirios de cruzado.
La historia no recordará este episodio como un acto heroico. Lo recordará como la evidencia de que Gustavo Petro confundió el atril de Naciones Unidas y las calles de Nueva York como una trinchera, y la diplomacia con una hoguera.
Desafortunadamente mientras termina este nefasto gobierno, será Colombia, no Petro, la que tendrá que sufrir y padecer la conflagración propiciada por un Presidente pirómano.

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