
En Colombia, los escándalos ya no son una excepción: son el pan de cada día, son una rutina. Esta semana cerró como tantas otras en el gobierno de Gustavo Petro: con controversia, declaraciones incendiarias y, como de costumbre, poca o nula ejecución. Mientras el país espera resultados concretos, el Gobierno responde con discursos, peleas institucionales y una estrategia comunicativa cada vez más centrada en el espectáculo y no en la gestión.
Primero, el presidente volvió a jugar su carta favorita: el victimismo. Victimismo institucional. Durante un Consejo de Ministros transmitido desde la Casa de Nariño, incumpliendo la decisión del Consejo de Estado, Petro aseguró que está siendo “censurado” por una orden judicial que le impide usar el espectro público para fines propagandísticos. Llamar censura a una decisión judicial no sólo es impreciso, es profundamente irresponsable. La justicia no le está quitando la palabra al presidente; le está recordando que el uso del espectro electromagnético está regulado por la Ley 182 de 1995 y no puede utilizarse para adoctrinar o para hacer proselitismo político.
En otras palabras: informar no es lo mismo que manipular, y comunicar no es lo mismo que imponer. Como jefe de Estado, debería ser el primero en respetar la ley. Lo más absurdo es que acusa de censura a los canales privados, que lo están transmitiendo. Eso no es censura, presidente. Eso es cinismo de su parte.
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Pero este discurso victimista no es gratuito. Es la antesala de su próximo movimiento: una consulta popular que pretende vender como la máxima expresión de la voluntad del pueblo, cuando en realidad es un atajo político para evadir el debate democrático en el Congreso de la República. Petro ya ha advertido que, si sus reformas no pasan en el Legislativo, gobernará por decreto. Entonces, ¿para qué existe el Congreso? ¿Para qué sirve el debate si el Gobierno no está dispuesto a aceptar que en democracia las ideas se concertan, no se imponen?
Por otro lado, el Gobierno presentó las doce (12) preguntas de la consulta popular. Un mecanismo legítimo de participación ciudadana que el Gobierno está instrumentalizando para construir una narrativa; una mayoría ficticia, basada más en emociones que en argumentos. Una consulta presentada como la salvación del pueblo trabajador, pero que en realidad es un caballo de Troya político. Lo que el propio Benedetti denominó sin sonrojo y sin vergüenza: la «minirrelección» del presidente Petro.
A esto se suma una preocupante falta de claridad sobre su financiación. El ministro de Trabajo dijo que se financiará con la reposición de votos. Grave error, Ministro. La ley es clara: los mecanismos de participación como la consulta popular no reciben reposición de votos. Además, el Gobierno no puede destinar recursos para promover el “sí” en un proceso que supuestamente debe ser neutral. Estamos ante una propuesta sin sustento financiero. Como de costumbre, una idea lanzada al país sin el mínimo rigor.
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Y cuando se analiza el contenido de la consulta, el panorama no mejora. Las preguntas son ambiguas, populistas y diseñadas para que nadie se atreva a decir que “no”. Preguntas que eluden el debate serio, el debate responsable, que ignoran el costo fiscal, las implicaciones laborales y el impacto real de las reformas propuestas. ¿Qué clase de democracia es esta en la que el Ejecutivo pretende gobernar por aclamación? Justamente eso es lo que debe debatirse en el Congreso. Esa es la esencia de una democracia.
La democracia no se construye a punta de emociones. Se construye con deliberación, transparencia y respeto por las reglas. Pretender reemplazar el Congreso de la República por una consulta manipulada no solo es peligroso, es profundamente antidemocrático. Es convertir la participación ciudadana en un teatro donde el Gobierno siempre tiene el guion, el escenario y el aplauso asegurado.
Y como si no fuera suficiente, esta semana se sumó un nuevo capítulo al desorden institucional que vive el país. Álvaro Leyva Durán, el excanciller, publicó una carta demoledora, en la que no solo pone en tela de juicio las condiciones de salud del presidente Petro por cuenta de su presunta drogadicción, sino que además retrata un caos al interior del Ejecutivo. La carta, que ya tuvo eco en medios internacionales, denuncia que Petro nunca se sentó con el excanciller para plantear una política exterior y, en más de una ocasión, dejó plantados a sus propios ministros. Uno de los pasajes más preocupantes señala que el ministro de Ciencia y Tecnología lo reemplazó sin siquiera recibirlo. ¿Así se gobierna?
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El Financial Times, medio de comunicación británico, calificó el comportamiento de Petro como errático y resaltó, entre otras cosas, su historial de ausencias, sus posturas frente a la legalización de la cocaína y su imprevisibilidad como jefe de Estado. Que la prensa internacional comience a advertir sobre la inestabilidad del gobierno colombiano debería encender todas las alarmas. Pero aquí seguimos atrapados en el espectáculo, como si todo fuera parte de un show interminable.
La carta de Leyva no puede reducirse al morbo de las insinuaciones sobre el consumo de drogas del presidente, por graves que sean. Lo verdaderamente preocupante es que evidencia que, tras casi tres años de gobierno, no hay brújula, no hay norte. No hay estructura. No hay institucionalidad. Lo que hay es improvisación, aislamiento del presidente, desorden y un clima permanente de confrontación que impide construir.
Y mientras tanto, los problemas reales del país siguen esperando. La inseguridad crece, las regiones reclaman presencia del Estado, el sistema de salud se desmorona y la economía no da señales claras de recuperación. Pero en lugar de responder con gestión, Petro responde con discursos. Con confrontación. Con cadenas nacionales y consultas populistas.
Una vez más, cerramos la semana con titulares, no con logros. Con polémicas, no con políticas públicas. Y, sobre todo, con la sensación creciente de que este gobierno, más que gobernar, está en campaña permanente.
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Colombia no necesita un presidente que se victimice. Necesita un presidente que gobierne. Que escuche. Un presidente que construya.
Presidente Petro, gobernar no es imponer. Gobernar es concertar, es convencer con argumentos y resultados. Y hasta ahora, de lo único de lo que estamos convencidos es que no hay rumbo.
¿Y dónde está el piloto?