El 13 de noviembre de 1985, la erupción del Nevado del Ruiz provocó avalanchas de lodo que sepultaron Armero y causaron más de 23.000 muertes. La imagen de la niña Omayra, atrapada durante tres días, se convirtió en símbolo planetario del desastre y de las fallas en la respuesta.
La noche del 13 de noviembre de 1985, el Nevado del Ruiz erupcionó y desencadenó cuatro lahares (avalanchas de lodo y escombros) que descendieron por los cauces del volcán y arrasaron el municipio de Armero (Tolima).
Murieron más de 23.000 personas y miles resultaron heridas; la destrucción se extendió también a otras localidades como Chinchiná (Caldas).
El calor de los flujos volcánicos fundió parte del glaciar de la cumbre y generó avalanchas que avanzaron a gran velocidad por los valles.
El lahar principal llegó a Armero cerca de la medianoche, atrapando a la población mientras dormía. Contexto. La erupción ocurrió tras 69 años de aparente calma y pese a alertas previas sobre la actividad del volcán.
El desastre en cifras
La lava y lodo sepultaron gran parte del casco urbano con una mezcla compacta de lodo, rocas, maderas y estructuras; en minutos la ciudad quedó devastada. El balance consolidado habla de 23.000 fallecidos y más de 5.000 heridos, con pérdidas materiales estimadas en miles de millones de dólares. Investigadores destacan que, por la cronología de la erupción, hubo ventana para evacuar hacia zonas altas si la alerta y la coordinación hubiesen sido oportunas. La tragedia impulsó la creación y fortalecimiento de observatorios volcánicos y sistemas de alerta temprana en Colombia y en el mundo.
Omayra Sánchez: 60 horas de resistencia que conmovieron al planeta
Entre los miles de casos, la historia de Omayra Sánchez Garzón, de 13 años, se convirtió en símbolo universal. Tras el paso del lahar que demolió su casa, quedó atrapada entre escombros y agua. Durante cerca de 60 horas, periodistas y socorristas la acompañaron mientras equipos y suministros adecuados no lograban llegar. Su entereza y lucidez ante las cámaras expusieron la insuficiencia de la respuesta y el dilema de rescatarla sin el equipo necesario. Omayra murió el 16 de noviembre de 1985; la fotografía tomada por Frank Fournier poco antes de su fallecimiento —galardonada como World Press Photo del Año 1986— dio la vuelta al mundo y convirtió su nombre en un recordatorio permanente de Armero.
Omayra Sánchez Garzón tenía 13 años, vivía con su familia en Armero y era estudiante de séptimo grado. Sus padres, trabajadores de la zona, formaban parte de la población dedicada al comercio, el cultivo de algodón y pequeñas actividades agrícolas. Como muchos niños de la región, llevaba una vida tranquila en un municipio próspero antes de la tragedia. Su historia se volvería símbolo mundial del dolor de un país que no estaba preparado para enfrentar un desastre anunciado.
La madrugada del 13 al 14 de noviembre de 1985, un alud de lodo, piedras, ceniza y agua arrasó Armero luego de la erupción del volcán Nevado del Ruiz. La casa de Omayra quedó destruida, y ella quedó atrapada entre los restos de paredes y vigas, con el agua cubriéndole el cuerpo y aprisionándole las piernas. Su voz tranquila y su lucidez ante los socorristas la convirtieron en un rostro humano dentro de una tragedia inimaginable, que para entonces ya había dejado miles de víctimas.
Omayra permaneció atrapada por cerca de 60 horas, conversando con voluntarios, periodistas y médicos que intentaban ayudarla. Su serenidad, sus peticiones de ánimo y su preocupación por volver al colegio o saber de su familia quedaron registradas en imágenes y relatos que dieron la vuelta al mundo. La falta de equipos adecuados para liberarla —pues había riesgo de que muriera por hemorragia si se retiraban los escombros sin apoyo hospitalario especializado— impidió su rescate.
La imagen tomada por el fotógrafo Frank Fournier, que retrató los instantes finales de Omayra, se publicó globalmente y ganó el World Press Photo 1986. La fotografía, que mostró el sufrimiento de la niña pero también su dignidad, se volvió símbolo universal del abandono, del dolor colectivo y de la urgencia de fortalecer la gestión del riesgo. Su muerte, el 16 de noviembre de 1985, marcó para siempre la memoria de Colombia.
Las horas previas, el sacerdote y lo que ocurrió después
Horas antes de la tragedia, Armero llevaba semanas recibiendo advertencias. Desde septiembre de 1985 se habían registrado sismos, columnas de vapor y caída de ceniza; científicos alertaron sobre posibles lahares si el hielo del Nevado del Ruiz llegaba a fundirse. El 13 de noviembre, el volcán emitió señales más fuertes, pero las evacuaciones no se ordenaron con contundencia. La mayoría de habitantes permaneció en sus casas, desconociendo el peligro inminente.
Hacia las 11:30 p. m., el lahar descendió por los ríos Lagunilla y Azufrado, arrasando todo a su paso. La avalancha llegó a Armero mientras los habitantes dormían; en pocos minutos, el municipio quedó cubierto por una masa espesa de lodo y escombros que alcanzó varios metros de altura. Las casas fueron destruidas, puentes desaparecieron y miles de personas quedaron atrapadas sin posibilidad de huir. Chinchiná, en Caldas, también sufrió los efectos de otro flujo que dejó cientos de muertos.
Entre los sobrevivientes se encontraba el sacerdote Germán Villa, quien ayudó a organizar misas improvisadas y contención espiritual entre quienes buscaban a familiares entre el lodo. Durante horas, el religioso caminó por las zonas devastadas, administrando sacramentos, confortando a los atrapados y acompañando la recuperación de cuerpos. Su labor se volvió referente del acompañamiento espiritual en medio del desastre. Décadas después, continúa recordado por su papel humanitario.
Tras el desastre, el Gobierno colombiano declaró la zona como campo santo; Armero nunca fue reconstruido. Los sobrevivientes fueron trasladados a diferentes municipios, especialmente Guayabal, que luego adoptó el nombre de Armero-Guayabal. Se crearon instituciones de vigilancia volcánica, como el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, y se puso en marcha un sistema nacional de prevención. A 40 años de los hechos, la tragedía sigue siendo una de las peores en la historia de América Latina y un recordatorio permanente de la necesidad de escuchar las alertas científicas.
Cronología esencial de una noche que cambió a Colombia
- 21:00–22:00 (aprox.): se intensifica la actividad; cae ceniza en poblaciones del entorno.
- 21:09: erupción del Nevado del Ruiz; flujos calientes funden el glaciar y generan lahares.
- Hacia 23:30–00:00: el lahar principal irrumpe en Armero; gran parte del municipio queda sepultada.
- Madrugada: vías y puentes destruidos dificultan el acceso; el lodo espeso inmoviliza vehículos y rescatistas.
- Días siguientes: se activan operaciones de búsqueda, evacuación de heridos y manejo de cuerpos; surgen críticas por la demora y descoordinación.
40 años después: memoria, prevención y deudas pendientes
A cuatro décadas, Armero es campo santo y sitio de memoria. El país ha fortalecido su monitorización volcánica, sus protocolos de gestión del riesgo y la pedagogía sobre rutas de evacuación ante lahares (subir decenas de metros puede salvar vidas). Aun así, expertos recuerdan que la preparación comunitaria, la claridad en las alertas y la movilización temprana siguen siendo cruciales. La historia de Omayra y de las miles de víctimas de 1985 sostiene la exigencia de no repetir los errores que ampliaron la tragedia.


